miércoles, 7 de abril de 2010

EL MENSAJE DE AMOR DE JESUCRISTO

I. JESUCRISTO LIDER UNIVERSAL
Jesucristo, el hijo de Dios hecho hombre, es sin duda el Maestro de Maestros, el líder universal. El que predicaba con el ejemplo, la fuerza de lo espiritual, el poder del amor. Como líder, no buscó su beneficio personal, ni aprovecharse de los demás. Entregó su vida, hasta la última gota de sangre, para salvar a la humanidad. Jesucristo representa la lucha total por sus principios, por su fe, por el amor a la humanidad. No se percibe un enfrentamiento abierto con el imperio romano, autócrata, esclavista, déspota, pero lo hace de manera implícita. Advertía con claridad: “Abran los ojos y tengan cuidado de la levadura de los fariseos como de la de Herodes” (Marcos 8, 15). Cuando un rico le preguntó que tenía que hacer para alcanzar la vida eterna, el Maestro dijo: “Sólo te falta una cosa: anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme” (Marcos 10, 21).
II. EL PUEBLO FARISEO INCITA A LOS ROMANOS
En Jerusalén la secta más importante lo constituían los fariseos, que eran básicamente falsos e hipócritas. El cristianismo es una religión monoteísta, que cree en un solo Dios; mientras que los romanos eran politeístas, y creían en varios dioses. El pueblo de Jerusalén estaba bajo el dominio del Imperio Romano, siendo emperador Tiberio César Augusto. Poncio Pilatos era Gobernador de Jerusalén y Herodes, el Tetrarca de Galilea. Los fariseos, que eran una mayoría en Jerusalén, quieren que Jesucristo sea condenado, pero incitan a que las autoridades romanas tomen la decisión. Naturalmente tanto los fariseos como los romanos tenían miedo y celos con el mensaje de Jesucristo, basado en la verdad, la equidad. “Pilatos les dijo: ‘¿Qué hago con el que ustedes llaman rey de los judíos?’. El pueblo gritó de nuevo: ‘crucifícalo’” (Marcos 15, 12-13). Sin embargo, bajo el poder imperial, no se puede creer que los fariseos decidieran la condena de Cristo. Pero, este hecho prueba que es falso que la voz del pueblo sea la voz de Dios. 
III. EL IMPERIO ROMANO CONDENA A JESUCRISTO
Los romanos eran el imperio, eran el poder. El Maestro llevaba una vida sencilla, basada en el amor a un solo Dios (monoteísta) y el amor entre hermanos (igualdad ante Dios), sin distinciones de clase. Esto chocó seriamente con la religión politeísta, la prepotencia imperial, el gobierno autocrático, los lujos de la clase gobernante y la abismal desigualdad con la vida de los esclavos. La propuesta de un nuevo reino de Dios chocaba con el reino del emperador, que se proclamaba divino; las prédicas de las buenas nuevas colisionaban con el orgullo imperial, que no podía aceptar que un joven de origen campesino predicara este mensaje. Y el orgullo imperial de los romanos era mucho más que el del limeño de hoy, respecto al provinciano. Frente a un gobierno autócrata, esclavista, Cristo tenía poquísimo margen de acción; aún así sus prédicas estaban dirigidas contra el imperio pagano, que era lo opuesto al reino de Dios. “Todo se lo decía por medio de ejemplos, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado” (Marcos 4,34).
IV. EL SER HUMANO QUE ADORA EL DINERO NO ES CRISTIANO
A 1977 años de la muerte y resurrección de Jesús, la mayoría de la población, no asimila aún el mensaje central de Cristo; se comporta de manera opuesta a este mensaje, aunque se proclame cristiana. Lo que es peor, algunos de ellos adoran el dinero. Esto les hace vulgares, corrientes, no sólo porque no tienen valores, sino principalmente porque no hay amor en su corazón, no hay amor por Dios, ni por el prójimo. Estas personas no tienen ideales, no tienen principios; como tal, sólo piensan en recibir y no en dar, en lo material y no en lo espiritual, en sus derechos y no en sus deberes, en ellos y no en los demás. Estos viven de apariencias, de una fe engañosa. Pero no saben, que: “El hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón” (I Samuel 16, 7). De estos no esperes amor, amistad, ni aprecio verdaderos; todo lo hacen en función a sus intereses y conveniencias personales. Estos jamás se esmerarán por su institución, nunca lucharan por una sociedad mejor.
Hoy vemos que mucha gente ama el dinero y las cosas materiales, creyendo que ahí está la felicidad; cuando ahí radica precisamente la causa de nuestros males. “Una multitud de ambiciones locas y dañinas los hunden en la ruina hasta perderlos. Está comprobado que la raíz de todos los males es el amor al dinero” (I Timoteo 6, 9-10). Se habla de valores espirituales, pero se practica el amor por lo material; se habla de amor a Dios pero se adora el dinero. Y está absolutamente claro que no se puede adorar al dinero y a Dios a la vez. “Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero” (Mateo 6,24).
V. AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS Y TENER FILANTROPÍA
Actualmente, está claro que, las dos columnas de los valores son la filantropía y la empatía. Estas columnas tienen gran relación con estos mandamientos: “El primer mandamiento es: …Al Señor, tu Dios, amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos” (Marcos 12, 29-31). La filantropía es la capacidad de dar al prójimo, de compartir con él; tiene que ver mucho con el primer mandamiento: amar a Dios. El que ama a Dios no adora el dinero, por eso puede dar y compartir. El que adora el dinero, lo quiere para sí, no tiene la capacidad de dar; solo piensa en recibir, en acumular y cuanto más lo adora más quiere acumularlo, a cualquier precio, incluso al precio de su dignidad. Precisamente, la corrupción es resultado de adorar el dinero.
VI. AMAR AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO Y TENER EMPATÍA
La empatía es la capacidad de ponerse en lugar de los demás, de comprender a los demás; tiene mucho que ver con este mandamiento: ama a tu prójimo como a ti mismo. El que ama a su prójimo se pone en el lugar de él y lo podrá comprender siempre; entonces habrá comprensión entre el maestro y el alumno, entre el padre y el hijo, entre el esposo y la esposa, entre el propietario y el inquilino, entre el país desarrollado y el país en desarrollo, entre el productor y el consumidor, etc. La gente que no tiene empatía no ama a su prójimo y tampoco se ama. Y naturalmente, tampoco es amado ni respetado. 
(*) DOCTOR EN ECONOMÍA, PROFESOR PRINCIPAL DE LA UNAS. www.efrainesteban.blogspot.com efrainesteban@hotmail.com